sábado, 28 de julio de 2012

Recuerdos de final de Julio




RECUERDOS DE FINALES DE JULIO

Nunca olvidaré el final del mes de julio en mi fábrica allá por los principios de los setenta. Por aquel entonces esa era la fecha elegida para dar comienzo a las vacaciones anuales que afectaban a toda la fábrica, exceptuando un pequeño retén de guardia para cubrir los servicios mínimos indispensables.
Desde el comienzo de la jornada el nerviosismo se iba apoderando del personal y las hojas de salida permitían que los trabajadores adelantasen la marcha horas antes de terminar la jornada laboral. La realidad era, que por la autorización para poder abandonar antes el puesto de trabajo, los que utilizaban este medio sufrían al mes siguiente una buena mordida en la nómina. Si por ejemplo, alguien salía dos horas antes, el descuento correspondiente equivalía prácticamente a media jornada.
Poco a poco los puestos de trabajo iban quedándose solos y los encargados de las líneas hacían encaje de bolillos para que la cadena no se parase por falta de personal.
La fiebre consumista estaba en sus albores sin ser todavía determinante; el trabajador medio español de acuerdo con sus posibilidades se dirigía al sitio de playa en donde había alquilado un apartamento, o se encaminaba a su pueblo, del que un día emigró en busca de ganarse la vida en la gran ciudad.
En mi fábrica, Eduardo Barreiros había hecho la promesa de que todos los trabajadores podrían adquirir un vehículo de los producidos en ella. Sucede que una cosa es predicar y otra, dar trigo. Y efectivamente, existía la posibilidad de comprar un vehículo de los mas bajos de gama y que su importe fuese satisfecho por el comprador mediante una cantidad de entrada y el resto descontarlo directamente por nómina, la parte mala era que el descuento a efectuar en la mensualidad abarcaba un alto porcentaje sobre el líquido a percibir por el comprador de vehículo, con lo que las posibilidades de motorizarse del personal, quedaban reducidas considerablemente. Ello provocaba que el reinado del 600 se prolongase en el tiempo.
Cuento esto, porque a riesgo de que se me tiren a la yugular, en aquellos tiempos, pasada la posguerra y asentado el régimen,  los planes de desarrollo permitieron una etapa de equilibrio económico que duró mientras las leyes del capital empezaron a crear crisis a su antojo. Se apoderaron de la comercialización de los carburantes y comenzaron con los créditos para la vivienda y al consumo cuyos resultados son por todos conocidos y padecidos.
Cierro los ojos y me imagino a aquellos 600 surcando las carreteras con la baca en el techo para transportar los equipajes y aquellas paradas para refrigerar un poco sus motores, debajo de un árbol dando cuenta la unidad familiar de una apetitosa tortilla de patatas hecha el día anterior y que en la carretera sabía a gloria. Recuerdo aquellas caras y no veo en ellas signos de la desesperación y hartazgo en que la sociedad ha caído. Hoy, mis antiguos compañeros, jubilados, esperan en sus pueblos la llegada de sus hijos y nietos para pasar unas jornadas con ellos y de paso aprovisionarse de lo que sus mayores les puedan dar; vienen sin calor, el coche está provisto de a/a. no han comido tortilla; han parado en un bar de carretera en donde por mal comer les han metido una clavada que no veas. Y sobretodo, en su cara se refleja la tensión del momento. Muchos se tendrán que quedar a expensas de una paga de jubilación. Están en el paro la familia al completo.  

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