RECUERDOS DE FINALES DE JULIO
Nunca olvidaré el final del mes de julio en mi
fábrica allá por los principios de los setenta. Por aquel entonces esa era la
fecha elegida para dar comienzo a las vacaciones anuales que afectaban a toda
la fábrica, exceptuando un pequeño retén de guardia para cubrir los servicios
mínimos indispensables.
Desde el comienzo de la jornada el nerviosismo se
iba apoderando del personal y las hojas de salida permitían que los
trabajadores adelantasen la marcha horas antes de terminar la jornada laboral.
La realidad era, que por la autorización para poder abandonar antes el puesto
de trabajo, los que utilizaban este medio sufrían al mes siguiente una buena
mordida en la nómina. Si por ejemplo, alguien salía dos horas antes, el descuento
correspondiente equivalía prácticamente a media jornada.
Poco a poco los puestos de trabajo iban quedándose
solos y los encargados de las líneas hacían encaje de bolillos para que la
cadena no se parase por falta de personal.
La fiebre consumista estaba en sus albores sin ser
todavía determinante; el trabajador medio español de acuerdo con sus
posibilidades se dirigía al sitio de playa en donde había alquilado un
apartamento, o se encaminaba a su pueblo, del que un día emigró en busca de
ganarse la vida en la gran ciudad.
En mi fábrica, Eduardo Barreiros había hecho la
promesa de que todos los trabajadores podrían adquirir un vehículo de los
producidos en ella. Sucede que una cosa es predicar y otra, dar trigo. Y
efectivamente, existía la posibilidad de comprar un vehículo de los mas bajos
de gama y que su importe fuese satisfecho por el comprador mediante una
cantidad de entrada y el resto descontarlo directamente por nómina, la parte
mala era que el descuento a efectuar en la mensualidad abarcaba un alto porcentaje
sobre el líquido a percibir por el comprador de vehículo, con lo que las
posibilidades de motorizarse del personal, quedaban reducidas
considerablemente. Ello provocaba que el reinado del 600 se prolongase en el
tiempo.
Cuento esto, porque a riesgo de que se me tiren a la
yugular, en aquellos tiempos, pasada la posguerra y asentado el régimen, los planes de desarrollo permitieron una etapa
de equilibrio económico que duró mientras las leyes del capital empezaron a
crear crisis a su antojo. Se apoderaron de la comercialización de los
carburantes y comenzaron con los créditos para la vivienda y al consumo cuyos
resultados son por todos conocidos y padecidos.
Cierro los ojos y me imagino a aquellos 600 surcando
las carreteras con la baca en el techo para transportar los equipajes y
aquellas paradas para refrigerar un poco sus motores, debajo de un árbol dando
cuenta la unidad familiar de una apetitosa tortilla de patatas hecha el día
anterior y que en la carretera sabía a gloria. Recuerdo aquellas caras y no veo
en ellas signos de la desesperación y hartazgo en que la sociedad ha caído.
Hoy, mis antiguos compañeros, jubilados, esperan en sus pueblos la llegada de
sus hijos y nietos para pasar unas jornadas con ellos y de paso aprovisionarse
de lo que sus mayores les puedan dar; vienen sin calor, el coche está provisto
de a/a. no han comido tortilla; han parado en un bar de carretera en donde por
mal comer les han metido una clavada que no veas. Y sobretodo, en su cara se
refleja la tensión del momento. Muchos se tendrán que quedar a expensas de una paga de jubilación. Están en el paro la familia al completo.
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