martes, 8 de mayo de 2012

la raza de los humanos


LA RAZA DE LOS HUMANOS

El ser humano a lo largo de las etapas en que se divide su paso por este mundo, sufre agresiones tanto físicas como sicológicas, por parte de sus semejantes.
Las físicas, las que dejan su huella en el cuerpo, poco a poco van desapareciendo hasta convertirse en imperceptibles. Es cuestión de tiempo el que se produzca la cicatrización.
Las sicológicas, las que agreden a la mente, son más difíciles de erradicar y que se alejen de nuestro subconsciente.
Los españoles llevan desde hace años causando agresiones de uno y otro tipo, a veces sin pararse a medir el daño hecho y de vez en cuando con toda premeditación.
La nefasta sociedad del bienestar ficticio, aquella que convirtió a las personas en esclavos del placer y enemigos por el afán de poseer las cosas, permitió que los contendientes se agredieran con saña causando los males antes descritos. Heridas en el cuerpo y heridas en el alma.
Ahora que las aguas del largo tsunami se han retirado después de asolar todo a su paso, vienen a encontrarse los unos con los otros, no con la idea de encontrar la solución a su desenfreno y sí para ver si llega algún iluminado que los devuelva a sus lugares de vino y rosas.
Mucho se habla de la regeneración moral que España necesita. Se ha criticado hasta la saciedad la inoperancia y la malicia de la casta política. Es cierto. Por eso es una cuestión de higiene la erradicación de esta rara avis que pulula por todos los recovecos hasta los más ocultos y se lucra tanto en poder como económicamente a costa del erario público. Dominando mentes y cuerpos. La solución es bien simple: que devuelvan lo esquilmado e ingresen en prisión. Con esta medida se resolvería una parte del problema.
Sin embargo la cuestión no es tan simple. No pueden quedar exentos de responsabilidad todos aquellos que con su avidez desmedida han colaborado en crear esta España insolidaria. No conozco a ningún integrante de este colectivo que eche la vista atrás y analice en profundidad la herencia que con sus desmanes legan a sus hijos y nietos.
Por último asumir la parte alícuota de culpa que nos corresponde por ser conscientes de lo que pasa y en vez de afanarnos en la obra de regeneración, nos dedicamos a lo de siempre: peleas, insultos, descalificaciones, conmemoraciones luctuosas y exhibición de prendas que para nosotros son sagradas, pero que a los españoles por las causas que conocemos les produce rechazo.



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