viernes, 27 de enero de 2012

LA TRANSICION EN EL CINTURON INDUSTRIAL


LA TRANSICION EN EL CINTURON INDUSTRIAL
PRIMERA PARTE

El cinturón industrial de Madrid, para aquellos que no lo conozcan está situado en los alrededores de los pueblos de la periferia en el sudoeste de Madrid.
En él se concentraba un gran número de las fábricas del sector del metal, tales como: Barreiros, Boeticher, Standard, Marconi, Manufacturas Metálicas y un gran etcétera mas.
Igualmente, como satélites de estos monstruos, sirviéndoles de industria auxiliar, pequeños y medianos talleres, trabajados por sus propietarios y algún obrero contratado, se ganaban la vida fabricando piezas para la producción, que les eran encargadas por las distintas multinacionales.
Pueblos como Getafe, Leganés, Fuenlabrada, Alcorcón, Móstoles, etc. Estaban ocupados por las familias de los trabajadores, en su mayoría procedentes de las zonas rurales de otras provincias.
Fábricas que como en la que yo trabajaba, superaban los veinte mil puestos de operarios entre Mano de Obra Directa y Mano de Obra Indirecta, encauzando la vida de sus trabajadores.
El cuadro parece idílico pero no lo era tanto. A la vez que todo se masificaba, la injusticia liberal, se hacía insoportable. La patronal por medio de los ejecutivos, se convirtió en el brazo ejecutor de los consejos de administración.
Se despedía, se castigaba económicamente a diestro y siniestro y se obligaba a los trabajadores a jornadas interminables, con el caramelo envenenado de las horas extras. Se doblaban los turnos y pobre de aquel, que no estuviera dispuesto a estar al servicio de la empresa las 24 horas del día. En mi fábrica se ejercía el derecho de pernada por parte de un indeseable cuyo mérito consistía en haber nacido en el mismo pueblo que D. Eduardo Barreiros y  ser su padrino. Se encargaba de los servicios generales, entre ellos el servicio de comedor, en el que se daba ocupación a docenas de mujeres. Lo mismo pasaba con el de limpieza con otras tantas mujeres trabajando. Pues bien: el indeseable de Domingo –así se llamaba-, exigía acostarse con ellas para aprobar su ingreso en plantilla.
Al no haber medios mecánicos para acercar las piezas a la cadena de producción, el operario lo tenía que hacer a base de esfuerzo físico. Consecuencia: años después, ciento de trabajadores, con lesiones irreversibles
en la espalda, se los obligaba a fichar la entrada, para después, permanecer en el departamento de personal hasta la hora de salida. Para paliar la situación se creó un departamento con el nombre de “Taller de disminuidos físicos” en donde eran enviados los que tuviesen un buen “enchufe”. El resto, pasaba todo el día en las dependencias de personal, sin otro futuro que el despido.
Terminaremos esta primera parte, narrando un suceso acaecido en mi fábrica, que da una idea de la catadura moral de aquellos individuos.
Como se había contratado un número excesivo de trabajadores, en principio, lo solucionaron el problema con el despido del operario a la extinción del contrato de prueba que era de un año.
Esta práctica era legal y aunque lamentable nada hay que decir al respecto.
Sin embargo, existía otra práctica que era abominable, llevada a cabo por un malnacido llamado Fernández Vaquero, conocido por la crueldad en el trato  con sus subordinados.
Esta alimaña se paseaba por los distintos departamentos de oficinas de la fábrica. Si veía alguna silla desocupada preguntaba quien era el que se sentaba en ella. El jefe del servicio, le decía que “fulanito” que está en el servicio.
El desalmado le contestaba lo siguiente: “Cuando vuelva, que vaya a personal, que está despedido. Hay que venir cagado y meado de casa”. Sin palabras.

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