miércoles, 11 de enero de 2012

CALLE DEL PEZ

Situada a las espaldas de la Gran Vía madrileña, se encuentra la calle del Pez. Dicho de este modo, habrá muchas personas a las que no les diga nada en especial; sin embargo a otras muchas entre las que me cuento, les traerá a la memoria recuerdos imborrables.
La calle en cuestión no es muy larga y sus vetustas casas le confieren un aire de principios de siglo. Empieza en la calle de San Bernardo, frente al Ministerio de Justicia y finaliza en la Corredera Baja.
Concretamente en el número 21, transcurrieron los años principales en la vida de la Auténtica. Allí cobró fuerza, se expandió y por último, se difuminó como un dibujo en un encerado. Quien hable de la Falange de la transición y no sepa de la existencia del local de Pez, no conocerá la historia en toda su extensión.
Aún guardo el recuerdo fresco de la primera vez que entré en el local, cuya puerta permanecía abierta, después de pegarme una paliza  subiendo escaleras. Abajo, en la entrada, el portero y su mujer, que se decían falangistas y que posteriormente resultaron ser simpatizantes del PCE, apenas repararon de mi presencia.
Aquel día del año 76, me decidí a dar el paso adelante y afiliarme en la Falange. Hasta entonces permanecí algo indeciso sopesando los pros y las contras sobre que grupo falangista se ajustaba mas a mi idea de lo que significaba el nacionalsindicalismo. Finalmente, un compañero de fábrica que guardaba una relación de amistad con Miguel Hedilla, me acabó de convencer de que la Auténtica era el sitio ideal para un falangista que por no ir, no lo había hecho siquiera a un Campamento en su niñez.
Una vez dentro del local, pude observar que el aseo y la limpieza no eran un ejemplo y que la pintura de las viejas paredes se caía a trozos. Sin que nadie me preguntara que hacía allí, fui recorriendo a través de un largo pasillo las instalaciones, que tiempo después se convertirían en mi lugar de militancia.
Muchas cosas despertaron mi curiosidad; pero sobretodo, lo que mas me llamó la atención, fue contemplar arrinconados en el suelo un grupo de carteles con nombre de pueblos y encima el yugo y las flechas. Como también, carteles de estaciones de metro con el nombre de José Antonio.
Estaba a punto de marcharme, cuando un hombre de baja estatura, se me acercó y me pregunto que quien era. Le contesté que venía a apuntarme y que ya le habían hablado de mi a Miguel Hedilla, que trabajaba en mi fábrica. Por cierto, poco después me enteré de que el hombre que me recibió en la Falange era el encargado del bar de la sede y que se llamaba Cesar.
Cesar me dijo que Miguel no estaba y que en aquellos momentos no había nadie en la Provincial para que me tramitara la afiliación, “que ya lo haría otro día.” En esto que se acercó a la diminuta barra del bar, otro camarada cuyo nombre siento no recordar. Entablamos conversación y mas animado, le pregunté que cual sería mi misión en la fábrica a partir de entonces. El camarada, sin inmutarse me dijo “Hablar con la gente” Todo un ejemplo de proselitismo.
Tras un rato de conversación, observé que Cesar, tenía esparcidos en una mesa diversos artículos propagandísticos. Adquirí alguno de ellos y eso me bastó para sentirme un falangista con todas las de la ley.
El tiempo paso y cada vez fuimos mas. Algunos nos trasladamos a militar en los pueblos en donde vivíamos. Yo me fui a Getafe y allí permanecí hasta que Miguel Hedilla me nombro secretario de pueblos en su Junta Provincial y volví a Pez.
Y allí, trabajamos con la mayor ilusión, hasta que un mal día de la Semana Santa de los últimos setenta, al llegar a Pez, me encontré a los camaradas sentados en el borde de la acera. Pregunté que pasaba y alguien me dijo: “El Jefe Nacional, ha cesado a toda la Junta Nacional.” Ese fue el principio del fin y es otra historia

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