jueves, 22 de diciembre de 2011

RECUERDOS INNOLVIDABLES

LUIS SUSAETA
Fue en la campaña para las elecciones del 79. La Autentica ya estaba diezmada y las posibilidades económicas, como siempre, eran mas que precarias.
No obstante, necesitábamos hacer algo de campaña para que la gente comprobara que aun existíamos. Dándole vueltas a la cabeza, Narciso nos propuso que fuéramos por toda España y que cuando llegásemos a un lugar, sacásemos un tambor y nos pusiéramos a tocar. Al ruido, estaba seguro que la gente acudiría y sería el momento de montar un mitin. Excuso decir que cara se nos puso a todos.
Amparándonos en Rafael Sánchez Plaza y Pilar de las Heras, que ponían todo lo que podían para la Falange, decidimos hacer un recorrido por la Rioja. Era invierno y el frío nos calaba los huesos. El comando itinerante lo componíamos Rafael, Pilar, mi mujer, el camarada Luis Susaeta y yo. Por cierto, que mi mujer tiene nombre: Mari Carmen Arroyo.
Los camaradas riojanos nos programaron unos actos en determinadas localidades, aprovechando que merced a la distribución de lugares públicos como colegios e institutos, era factible el poder dar mítines.
A pesar del cansancio, todos íbamos muy animados y dispuestos a comenzar la revolución. Sucede que el entusiasmo se nos vino un poco abajo al llegar al lugar del acto. No juntábamos mas de media docena de oyentes.
Ante lo escaso del auditorio, hablo con Rafael y le digo, que no podíamos soltar grandes parrafadas porque el quorum era escaso. Rafael se muestra de acuerdo y sin mas preámbulos nos dispusimos a terminar con aquello cuanto antes.
A tal fin, nos sentamos tras una mesa de impartir clases situada en lo alto de una tarima. Allí, estábamos los falangistas valerosos dispuestos a todo.
De pronto observo con preocupación, que el camarada Susaeta, se ha colocado unas medallas sobre la camisa azul neta y proletaria y se disponía a leer un buen número de folios que había preparado al respecto.
Con el mayor afecto, trato de detener la plática y le digo: “Susa, yo creo que deberías de dejar ese tocho para mejor ocasión y abreviar en lo posible para que no se nos espanten los pocos que han acudido.”
El entrañable Susaeta, me dice que de acuerdo y eso me tranquiliza. Tranquilidad que se fue convirtiendo en nerviosismo, cuando extendió los folios sobre la mesa y comenzó a dar lectura de ellos.
No habían transcurrido mas allá de cinco minutos, cuando los tres o cuatro lugareños que habían acudido, se levantaron y nos dejaron solos. Susa, sin inmutarse, terminó con su disertación y aún nos atrevimos a entonar el Cara al Sol. Que por cierto nos quedó precioso, dado que, al estar solos, se produjo una asonancia y el eco se esparció por toda la instalación.
Susaeta era un maravilloso camarada.
  

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