sábado, 24 de diciembre de 2011

ASALTO AL MINISTERIO DEL INTERIOR 2ª PARTE

El proceso se repitió varias veces, hasta que pasadas unas horas, el Sr. De la Oliva y el veterano falangista llegaron a un principio de acuerdo, ya que el último documento, se aproximaba bastante a lo deseado por Narciso. Este que era mas listo que nadie, comprendió que de ahí no podían pasar y no era práctico tensar mas la cuerda.
A continuación se produjo un episodio que no tiene desperdicio: Como es lógico la seguridad del Ministerio había sido avisada y se encontraba preparada para intervenir en la puerta del despacho.
Narciso se guardó el documento y la policía se decidió a entrar. Con toda amabilidad les dijeron que como ya habían conseguido lo que querían, abandonaran el despacho y les acompañaran a la comisaría de la calle Miguel Ángel a prestar declaración. 
Les contestó que si querían que salieran tendrían que sacarlos uno a uno. Los policías se miraban y no daban crédito a lo que estaba aconteciendo.
Entonces, les fue diciendo a los demás como tenían que actuar: A Román, le ordenó que se tirase al suelo a lo largo y que no se moviera -estaba próximo al 1,90- Este dio un taconazo y cumplió la orden. Un guardia le puso la bota en la cabeza y lejos de acobardarse  le gritaba… ¡písame, písame! Por fin, entre cuatro agentes lograron colocar al camisa azul en el pasillo.
A Susaeta, que se mantuviese sentado en la silla. Los policías cogieron a Susa y a la silla y lo colocaron en el pasillo al lado del otro camarada. Al hacer el recorrido, a grito pelado, iba cantando el Cara al Sol
Por fin, se dirigieron a Narciso y le preguntaron: “Y a Vd. Dr. Perales, como? A mi, a la “Sillita de la Reina”. Se agachó y en esa posición dos policías lograron sacarlo del despacho.
Los policías, suplicando, se dirigieron a Adela y a mi mujer, Mari Carmen Arroyo: “por lo que mas quieran, salgan normalmente.” A las dos asaltantes les dio apuro y caminaron por su propio pie hacia el pasillo.
Una vez controlados, les informaron que les conducirían a la comisaria, para tomarles declaración. ¿En donde nos van a trasladar, en un coche celular?. Los agentes se quedaron de piedra: no habían contado con la logística. Consultaron al Sr. De la Oliva, que se había quitado de en medio y resolvieron llevarlos a declarar en dos taxis. Creo que este medio de transporte policial, si no era inédito, como mínimo resultaba extraño.
Mientras esto ocurría, los militantes efectuaban saltos por el centro de Madrid, decorando las paredes con pintadas que pedían la libertad de los detenidos. Cuatro de ellos fueron reducidos y llevados a la misma comisaria que a los demás.
Los metieron en una habitación y Narciso fue diciendo lo que deberían declarar cuando fuesen llamados. De pronto, observó, que los muchachos tenían las manos manchadas de pintura. Les dijo que fuesen al lavabo y se las lavaran. Sin embargo no pudieron hacerlo porque no había papel disponible. Ni corto ni perezoso, se dirigió a Adela y le dijo: “Ve al lavabo y quítate la combinación, hazla pedacitos y que con ella, los camaradas se limpien las manos”.
El funcionario les fue llamando y una vez tomada declaración, los pusieron en la calle, donde docenas de falangistas, les esperaban y aclamaban montando un considerable alboroto.
Al ser llamado a declarar, en este caso por el comisario, que no se esperaba lo que se le venía encima, Narciso comenzó a desbarrar contra todos los estamentos sin salvar a ninguno, deteniéndose en la persona de Martín Villa, a quien le tenía una especial inquina. El comisario, escuchaba pacientemente la diatriba que le estaba soltando. Por fin, le dijo: …Y Vd. Que quiere que le diga, Dr. Perales. Este le contestó: No, no diga nada; tan solo escuche.
Era de madrugada y mi mujer, me relataba en casa la aventura vivida.

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